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domingo, 4 de diciembre de 2011

“La palabra de Dios es viva y eficaz” (Hebreos 4:12).



"Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, y las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón". (Hebreos 4:12)
¿De qué manera es la palabra de Dios viva?

“La palabra de Dios” no es historia muerta; está viva, y sus promesas avanzan inevitablemente hacia su cumplimiento. La influencia del mensaje en las verdaderas motivaciones del corazón de la gente es más poderosa que cualquier cosa que nosotros podamos decir.

El conocimiento que nos da tiene el poder de mejorar su vida. El consuelo y la esperanza que les ofrece los dirigen hacia el Dador de Vida. Su mensaje ayuda a las personas sinceras a emprender el camino que lleva a vida eterna.

En efecto, este mensaje penetra hasta lo más íntimo y saca a la luz nuestros verdaderos pensamientos y motivos. Quien la lee con actitud hipercrítica suele encontrar una piedra de tropiezo en los relatos que no aportan tanta información como desearía, y a veces llega a cuestionar que Dios sea de verdad amoroso, sabio y justo.

No basta con decir que amamos a Dios. En realidad, lo que revelará nuestros verdaderos pensamientos e intenciones será la forma en que respondamos a las enseñanzas de su Palabra inspirada.

Nos ayuda a examinarnos como nunca antes, es capaz de vivificarnos, fortalecer nuestra fe y ayudarnos a realizar grandes cambios. El apóstol Pablo previno a sus hermanos contra las personas muy inmorales, y luego añadió: “ Y esto erais algunos” (1 Corintios 6:9-11). En efecto, “la palabra de Dios” ejerció su poder y los llevó a reformarse.

A medida que uno estudia las Escrituras y las pone en práctica, su mensaje ejerce una poderosa fuerza motivadora y provechosa en la vida de uno.

¿Cuánto poder tiene el mensaje que emana de la Palabra de Dios?

El mensaje de la Palabra escrita de Dios es “más cortante que toda espada de dos filos”. Por consiguiente, su formidable capacidad penetrante supera a la de cualquier instrumento o herramienta del hombre. La Palabra de Dios se abre paso hasta lo más recóndito de la persona y la cambia internamente, pues influye en sus ideas y afectos y hace de ella un trabajador piadoso al que Dios acepta.

La Palabra de Dios saca a la luz lo que la persona realmente es por dentro, en contraste con lo que ella misma piensa que es o con lo que permite que los demás vean de ella (1 Samuel 16:7). Hasta los inicuos ocultan a veces su verdadera condición con una apariencia de benevolencia o piedad. Los malos motivos llevan a los malvados a esconderse tras fachadas falsas. Los orgullosos se disfrazan con una humildad fingida que encubre su anhelo de oír cómo los aplauden los hombres. Sin embargo, la Palabra de Dios pone al descubierto lo que en realidad hay en el corazón, impulsando con vigor a los humildes a quitarse la vieja personalidad y “vestíos del nuevo hombre que es creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:22-24).

¿Cómo dirigir nuestros pensamientos e intenciones del corazón?

Los “los pensamientos y las intenciones del corazón” pueden cambiar con el paso del tiempo y por las experiencias de la vida, tanto las positivas como las negativas. Si no estudiamos constantemente las Escrituras, nuestros pensamientos, actitudes y emociones dejarán de armonizar con los principios piadosos.

¿En qué sentido es la palabra de Dios como una espada de dos filos?

La palabra de Dios es más aguda o cortante que toda espada de dos filos, y cualquiera que la pase por alto intencionalmente segará las consecuencias (Gálatas 6:7-9).

¡Con cuánta fuerza “penetra [la palabra de Dios] hasta partir el alma y el espíritu, y las coyunturas”! Atraviesa los pensamientos y motivos de la persona, como si penetrara hasta llegar al tuétano del interior de los huesos. Saca a la luz los pensamientos y las verdaderas intenciones del corazón, revelando lo que en realidad somos. Y eso puede ser muy distinto de lo que los demás ven o de lo que nosotros mismos creemos. Aunque los israelitas a quienes se había liberado de la esclavitud a Egipto habían concordado en guardar la Ley, Dios sabía que en el fondo no apreciaban sus provisiones y requisitos (Salmo 95:7-11). No estaban interesados en hacer la voluntad de Dios, sino en la satisfacción de sus deseos carnales. Por ello, no entraron en el descanso prometido de Dios, sino que perecieron en el desierto.

De esto se deriva el siguiente principio: los criterios humanos sobre la condición justa o injusta del hombre no son fiables, a menos que tengan el respaldo de las Escrituras. La persona debe acudir a dicha Palabra y dejarse escudriñar por ella. La Palabra de Dios llega al corazón y revela si la persona realmente vive en armonía con los principios correctos. (1Co 14:23-25.)

¿Qué ejemplo nos dejo Jesucristo al usar la palabra de Dios?

Jesús, el maestro más grande que ha pisado la Tierra, siempre basó sus enseñanzas en las Escrituras (Mateo 21:13; Juan 6:45; 8:17). En vez de enseñar sus propias ideas, habló en nombre de Aquel que lo había enviado (Juan 7:16-18). Y ese es el ejemplo que imitamos. De modo que todo lo que digamos al compartir el Evangelio con las personas debe centrarse en las Escrituras (2 Tim. 3:16, 17). Ningún razonamiento nuestro —por agudo que sea— podrá jamás igualar la efectividad y el poder de las Escrituras inspiradas. No olvidemos que Su Palabra tiene poder. Por tanto, sin importar el asunto que estemos tratando, la mejor manera de ayudar a las personas a comprenderlo es pedirle que lea lo que dicen las Escrituras.

¿Cómo revela la palabra de Dios los “pensamientos e intenciones del corazón”?

"La palabra de Dios" consigue que hagamos grandes cambios en nuestra vida, cambios que no solo se producen antes de bautizarnos, sino también después. Aquí, el “alma” se refiere a nuestro exterior, lo que parecemos ser, y el “espíritu”, a nuestro interior, lo que en realidad somos. Cuando examinamos las Escrituras y entendemos lo que Dios espera que hagamos, nuestra reacción revela cómo somos realmente. (Mateo 23:27, 28.).