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sábado, 2 de febrero de 2013

Lectura con Audio de La Santa Biblia Reina Valera 2009 SUD: Día 280: Lucas 8-9


Capítulo 8
Jesús enseña la parábola del sembrador y la interpreta — Calma la tempestad y echa fuera a una legión de demonios que en seguida entra en un hato de cerdos; sana a una mujer que padece de flujo de sangre y levanta de la muerte a la hija de Jairo.

1 Y aconteció después, que Jesús caminaba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él,

2 y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios,

3 y Juana, mujer de Chuza, mayordomo de Herodes, y Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

4 Y como se juntó una gran multitud, y los que de cada ciudad venían a él, les dijo por parábola:

5 Un sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino y fue hollada; y las aves del cielo se la comieron.

6 Y otra parte cayó entre las piedras; y una vez que brotó, se secó, porque no tenía humedad.

7 Y otra parte cayó entre espinos, y los espinos que brotaron juntamente la ahogaron.

8 Y otra parte cayó en buena tierra y, cuando brotó, dio fruto a ciento por uno. Hablando estas cosas, decía a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga.

9 Y sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola.

10 Y él dijo: A vosotros os es dado saber los misterios del reino de Dios; pero a los otros, por parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan.

11 Ésta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios.

12 Y los de junto al camino son los que oyen; pero luego viene el diablo y quita la palabra de su corazón, para que no crean y se salven.

13 Y los de entre las piedras son los que, habiendo oído, reciben la palabra con gozo, pero no tienen raíces; por un tiempo creen, pero en el tiempo de la tentación se apartan.

14 Y la que cayó entre espinos son los que oyeron, pero luego siguen su camino y son ahogados por los afanes, y por las riquezas y por los placeres de esta vida, y no dan fruto.

15 Pero la que cayó en buena tierra son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con paciencia.

16 Ninguno que enciende una vela la cubre con una vasija ni la pone debajo de la cama, sino que la pone en un candelero, para que los que entren vean la luz.

17 Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado, ni nada escondido que no haya de ser conocido y de salir a la luz.

18 Mirad, pues, cómo oís; porque a todo el que tiene, le será dado; y a todo el que no tiene, aun lo que cree tener le será quitado.

19 Y vinieron a él su madre y sus hermanos; pero no podían llegar hasta él por causa de la multitud.

20 Y le fue dado aviso, diciendo: Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte.

21 Él entonces, respondiendo, les dijo: Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la hacen.

22 Y aconteció un día, que él entró en una barca con sus discípulos y les dijo: Pasemos al otro lado del lago. Y partieron.

23 Pero mientras ellos navegaban, él se durmió. Y se desencadenó una tempestad de viento en el lago, y se anegaban y peligraban.

24 Y acercándose a él, le despertaron, diciendo: ¡Maestro, Maestro, que perecemos! Y despertando él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron, y se hizo bonanza.

25 Y les dijo: ¿Dónde está vuestra fe? Y atemorizados, se maravillaban, diciéndose los unos a los otros: ¿Quién es éste, que aun manda a los vientos y al agua, y le obedecen?

26 Y navegaron a la tierra de los gadarenos, que está en la ribera opuesta a Galilea.

27 Y al llegar él a tierra, le salió al encuentro un hombre de la ciudad que tenía demonios desde hacía mucho tiempo; y no vestía ropa ni vivía en una casa, sino entre los sepulcros.

28 El cual, cuando vio a Jesús, exclamó y se postró delante de él, y dijo a gran voz: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes.

29 (Porque mandaba al espíritu inmundo que saliese del hombre, pues muchas veces se había apoderado de él; y le guardaban preso con cadenas y grilletes; mas rompiendo las cadenas, era impelido por el demonio hacia los desiertos.)

30 Y le preguntó Jesús, diciendo: ¿Qué nombre tienes? Y él dijo: Legión. Porque muchos demonios habían entrado en él.

31 Y le rogaban que no los mandase ir al abismo.

32 Y había allí un hato de muchos cerdos que pacían en el monte; y le rogaron que los dejase entrar en ellos; y les dio permiso.

33 Entonces salieron los demonios del hombre y entraron en los cerdos; y el hato se arrojó al lago por un despeñadero y se ahogó.

34 Y los que los apacentaban, cuando vieron lo que había acontecido, huyeron, y yendo, dieron aviso en la ciudad y por los campos.

35 Y salieron a ver lo que había acontecido; y vinieron a Jesús y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios sentado a los pies de Jesús, vestido y en su juicio cabal; y tuvieron miedo.

36 Y los que lo habían visto les contaron cómo había sido sanado aquel endemoniado.

37 Entonces toda la multitud de la región de alrededor de los gadarenos le rogó que se fuese de ellos, porque tenían gran temor. Y Jesús, subiendo en la barca, regresó.

38 Y aquel hombre, de quien habían salido los demonios, le rogó que le dejase estar con él; pero Jesús le despidió, diciendo:

39 Vuélvete a tu casa y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo. Y él se fue, publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho Jesús con él.

40 Y aconteció que cuando volvió Jesús, la gente le recibió con gozo, porque todos le esperaban.

41 Y he aquí, llegó un hombre llamado Jairo, que era principal de la sinagoga; y postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa,

42 porque tenía una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo. Y mientras Jesús iba, le apretaba la multitud.

43 Y una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo lo que tenía y que por ninguno había podido ser curada,

44 se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante cesó su flujo de sangre.

45 Entonces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los que estaban con él: Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y preguntas: ¿Quién es el que me ha tocado?

46 Y Jesús dijo: Alguien me ha tocado, porque yo he percibido que ha salido poder de mí.

47 Entonces, cuando la mujer vio que no había pasado inadvertida, vino temblando y, postrándose delante de él, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado y cómo al instante había sido sanada.

48 Y él le dijo: Hija, tu fe te ha sanado; ve en paz.

49 Mientras él aún hablaba, vino uno de la casa del principal de la sinagoga a decirle: Tu hija ha muerto; no importunes más al Maestro.

50 Y oyéndolo Jesús, le respondió: No temas; cree solamente, y ella será sanada.

51 Y entrando en la casa, no dejó entrar a nadie consigo, sino a Pedro, y a Jacobo, y a Juan, y al padre y a la madre de la niña.

52 Y lloraban todos y se lamentaban. Y él dijo: No lloréis; no está muerta, sino que duerme.

53 Y hacían burla de él, sabiendo que estaba muerta.

54 Pero él, tomándola de la mano, clamó, diciendo: ¡Muchacha, levántate!

55 Entonces su espíritu volvió, y se levantó inmediatamente; y él mandó que le diesen de comer.

56 Y sus padres estaban atónitos; pero Jesús les mandó que a nadie dijesen lo que había sucedido.

Capítulo 9

Se envía a los Doce a predicar — Jesús alimenta a cinco mil — Pedro testifica de Cristo — Jesús predice Su muerte y Su resurrección — Se transfigura en el monte — Sana y enseña.

1 Y reuniendo a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y para sanar enfermedades.

2 Y los envió a predicar el reino de Dios y a sanar a los enfermos.

3 Y les dijo: No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan ni dinero; ni llevéis dos túnicas cada uno.

4 Y en cualquier casa en que entréis, hospedaos allí y de allí salid.

5 Y dondequiera que no os recibieren, salid de aquella ciudad y sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos.

6 Y saliendo, recorrían todas las aldeas, anunciando el evangelio y sanando por todas partes.

7 Y Herodes, el tetrarca, oyó todas las cosas que hacía Jesús; y estaba perplejo, porque decían algunos: Juan ha resucitado de los muertos;

8 y otros: Elías ha aparecido; y otros: Algún profeta de los antiguos ha resucitado.

9 Y dijo Herodes: A Juan yo le hice decapitar. ¿Quién, pues, será éste de quien yo oigo tales cosas? Y procuraba verle.

10 Y cuando los apóstoles regresaron, le contaron todas las cosas que habían hecho. Y tomándolos, se retiró aparte, a un lugar desierto de la ciudad que se llama Betsaida.

11 Y cuando lo supo la gente, le siguió; y él los recibió, y les hablaba del reino de Dios y sanaba a los que tenían necesidad de ser sanados.

12 Pero el día había comenzado a declinar; y acercándose los doce, le dijeron: Despide a la multitud, para que vayan a las aldeas y a los campos de alrededor, y se alojen y consigan alimentos, porque aquí estamos en un lugar desierto.

13 Y les dijo: Dadles vosotros de comer. Y dijeron ellos: No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta multitud.

14 Y eran como cinco mil hombres. Entonces dijo a sus discípulos: Hacedlos sentar en grupos de cincuenta en cincuenta.

15 Y así lo hicieron, haciéndolos sentar a todos.

16 Y tomando los cinco panes y los dos pescados, mirando al cielo, los bendijo, y los partió y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante de la gente.

17 Y comieron todos y se saciaron; y recogieron lo que les sobró, doce cestas de lo que sobró.

18 Y aconteció que mientras él estaba orando, estaban con él los discípulos; y les preguntó, diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo?

19 Y ellos respondieron y dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros, algún profeta de los antiguos que ha resucitado.

20 Y les dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy yo? Entonces respondiendo Pedro, dijo: El Cristo de Dios.

21 Pero él, advirtiéndoles, les mandó que a nadie dijesen esto,

22 diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas y sea desechado por los ancianos, y por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto y resucite al tercer día.

23 Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día y sígame.

24 Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará.

25 Pues, ¿qué aprovecha al hombre si gana todo el mundo y se pierde o se destruye a sí mismo?

26 Porque el que se avergüence de mí y de mis palabras, de éste el Hijo del Hombre se avergonzará cuando venga en su gloria y en la del Padre, y de los santos ángeles.

27 Y en verdad os digo que hay algunos de los que están aquí que no probarán la muerte hasta que vean el reino de Dios.

28 Y aconteció, como ocho días después de estas palabras, que Jesús tomó a Pedro, y a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar.

29 Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su ropa se hizo blanca y resplandeciente.

30 Y he aquí dos varones que hablaban con él, que eran Moisés y Elías,

31 quienes aparecieron en gloria, y hablaban de la partida de Jesús, la cual había de cumplirse en Jerusalén.

32 Y Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño; y cuando despertaron del todo, vieron la gloria de Jesús y a aquellos dos varones que estaban con él.

33 Y aconteció que, al apartarse ellos de él, Pedro le dijo a Jesús: Maestro, bueno es que estemos aquí; hagamos tres enramadas, una para ti, y una para Moisés y una para Elías, sin saber lo que decía.

34 Y mientras él decía esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar ellos en la nube.

35 Y vino una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo amado; a él oíd.

36 Y cuando cesó aquella voz, Jesús fue hallado solo. Y ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron nada a nadie de lo que habían visto.

37 Y aconteció al día siguiente que, cuando hubieron bajado ellos del monte, una gran multitud les salió al encuentro.

38 Y he aquí, un hombre de la multitud clamó, diciendo: Maestro, te ruego que veas a mi hijo, que es el único que tengo.

39 Y he aquí un espíritu le toma, y de repente da voces; y le sacude y le hace echar espumarajos, y magullándole, difícilmente se aparta de él.

40 Y rogué a tus discípulos que lo echasen fuera, pero no pudieron.

41 Y respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros y os he de soportar? Trae acá a tu hijo.

42 Y mientras se acercaba el muchacho, el demonio le derribó y le sacudió; mas Jesús reprendió al espíritu inmundo, y sanó al muchacho y se lo devolvió a su padre.

43 Y todos estaban atónitos de la grandeza de Dios. Y maravillándose todos de todas las cosas que hacía, dijo a sus discípulos:

44 Poned vosotros en vuestros oídos estas palabras, porque acontecerá que el Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres.

45 Pero ellos no entendían estas palabras, pues les estaban veladas para que no las entendiesen; y temían preguntarle acerca de ellas.

46 Entonces entraron en discusión sobre cuál de ellos sería el mayor.

47 Pero Jesús, percibiendo los pensamientos del corazón de ellos, tomó a un niño y lo puso junto a sí,

48 y les dijo: Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió, porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande.

49 Entonces Juan habló y dijo: Maestro, hemos visto a uno que echaba fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no anda con nosotros.

50 Jesús le dijo: No se lo prohibáis, porque el que no está contra nosotros, por nosotros está.

51 Y aconteció que, cuando se cumplió el tiempo en que había de ser recibido arriba, él afirmó su rostro para ir a Jerusalén.

52 Y envió mensajeros delante de sí, los cuales fueron y entraron en una aldea de los samaritanos para hacerle preparativos.

53 Pero no le recibieron, porque vieron en su semblante que se dirigía a Jerusalén.

54 Y al ver esto sus discípulos Jacobo y Juan, le dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?

55 Entonces, volviéndose él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois,

56 porque el Hijo del Hombre no ha venido para destruir las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea.

57 Y aconteció que, yendo ellos, uno le dijo por el camino: Señor, te seguiré adondequiera que fueres.

58 Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.

59 Y dijo a otro: Sígueme. Y él le respondió: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre.

60 Y Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; pero tú, ve y anuncia el reino de Dios.

61 Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa.

62 Y Jesús le dijo: Ninguno que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios.