Seguidores

jueves, 7 de marzo de 2013

Lectura con Audio de La Santa Biblia Reina Valera 2009 SUD: Día 295: Hechos 5-8


Capítulo 5
Ananías y Safira mienten al Señor y pierden la vida — Los apóstoles continúan efectuando los milagros de Jesús — Se arresta a Pedro y a Juan; un ángel los libera de la prisión y testifican de Cristo — Gamaliel aconseja prudencia.

1 Pero un hombre llamado Ananías, con Safira, su esposa, vendió una propiedad

2 y se quedó con parte del precio, sabiéndolo también su esposa; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles.

3 Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué ha llenado Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo y te quedases con parte del precio de la heredad?

4 Reteniéndola, ¿no te quedaba a ti? Y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.

5 Entonces Ananías, al oír estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron.

6 Y levantándose los jóvenes, lo envolvieron, y sacándolo, lo sepultaron.

7 Y pasado un espacio como de tres horas, sucedió que entró su esposa, sin saber lo que había acontecido.

8 Entonces Pedro le dijo: Dime: ¿vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en tanto.

9 Y Pedro le dijo: ¿Por qué os pusisteis de acuerdo para tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán a ti.

10 Y al instante ella cayó a los pies de él y expiró; y cuando entraron los jóvenes, la hallaron muerta; y la sacaron y la sepultaron junto a su marido.

11 Y vino un gran temor sobre toda la iglesia y sobre todos los que oyeron estas cosas.

12 Y por las manos de los apóstoles se hacían muchos milagros y prodigios entre el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón.

13 Y de los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; no obstante, el pueblo los alababa grandemente.

14 Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número tanto de hombres como de mujeres,

15 tanto que sacaban a los enfermos a las calles y los ponían en camas y en lechos, para que, al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos.

16 Y aun de las ciudades vecinas concurrían multitudes a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos eran sanados.

17 Entonces, levantándose el sumo sacerdote y todos los que estaban con él, que era la secta de los saduceos, se llenaron de celos;

18 y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pública.

19 Pero un ángel del Señor, abriendo de noche las puertas de la cárcel, y sacándolos, dijo:

20 Id, y estando en el templo, hablad al pueblo todas las palabras de esta vida.

21 Y habiendo oído esto, entraron de mañana en el templo y enseñaban. Entre tanto, vinieron el sumo sacerdote y los que estaban con él, convocaron al concilio y a todos los ancianos de los hijos de Israel, y enviaron a la cárcel para que fuesen traídos.

22 Pero cuando llegaron los oficiales y no los hallaron en la cárcel, volvieron y dieron aviso,

23 diciendo: Por cierto, la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad y los guardias que estaban delante de las puertas; pero cuando abrimos, a nadie hallamos dentro.

24 Y cuando oyeron estas palabras el sumo sacerdote y el capitán de la guardia del templo y los principales sacerdotes, dudaban en qué vendría a parar aquello.

25 Pero viniendo uno, les dio esta noticia: He aquí, los varones que echasteis en la cárcel están en el templo y enseñan al pueblo.

26 Entonces fue el capitán de la guardia con los oficiales y los trajo sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.

27 Y cuando los trajeron, los presentaron ante el concilio; y el sumo sacerdote les preguntó,

28 diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y he aquí, habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre.

29 Y respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.

30 El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole de un madero.

31 A éste, Dios ha exaltado con su diestra como Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados.

32 Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, que ha dado Dios a los que le obedecen.

33 Ellos, oyendo esto, se enfurecieron y consultaban entre sí para matarlos.

34 Entonces, levantándose en el concilio un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerado por todo el pueblo, mandó que sacasen fuera por un momento a los apóstoles.

35 Y les dijo: Varones israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer con respecto a estos hombres.

36 Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien; a éste se unió un número como de cuatrocientos hombres, pero él fue muerto; y todos los que le creyeron fueron dispersados y reducidos a nada.

37 Después de éste, se levantó Judas, el galileo, en los días del censo, y llevó mucho pueblo tras sí. Pereció también él, y todos los que le seguían fueron dispersados.

38 Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres y dejadlos, porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá;

39 pero si es de Dios, no la podréis destruir; no sea que seáis tal vez hallados luchando contra Dios.

40 Y convinieron con él; y llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les ordenaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los soltaron.

41 Y ellos partieron de delante del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre.

42 Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo.

Capítulo 6

Los apóstoles escogen a siete para que les ayuden — Esteban se transfigura ante el Sanedrín.

1 En aquellos días, como crecía el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos de que las viudas de aquellos eran desatendidas en la distribución diaria.

2 Así que los doce convocaron a la multitud de los discípulos y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios para servir las mesas.

3 Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos esta tarea.

4 Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra.

5 Y agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, y a Prócoro, y a Nicanor, y a Timón, y a Parmenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía.

6 A éstos presentaron ante los apóstoles, quienes, después de haber orado, les impusieron las manos.

7 Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba mucho en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían la fe.

8 Y Esteban, lleno de fe y de poder, hacía grandes prodigios y milagros entre el pueblo.

9 Entonces se levantaron algunos de la sinagoga llamada de los libertos, y los cireneos, y los alejandrinos, y de los de Cilicia y de Asia, y discutían con Esteban.

10 Pero no podían resistir a la sabiduría ni al Espíritu con que hablaba.

11 Entonces sobornaron a unos para que dijesen que le habían oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios.

12 Y agitaron al pueblo, y a los ancianos y a los escribas; y arremetiendo le arrebataron y le trajeron al concilio.

13 Y pusieron testigos falsos que decían: Este hombre no cesa de hablar palabras blasfemas contra este lugar santo y contra la ley;

14 porque le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar y cambiará las tradiciones que nos dio Moisés.

15 Entonces todos los que estaban sentados en el concilio, al fijar los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel.

Capítulo 7

Esteban relata la historia de Israel y menciona a Moisés como prototipo de Cristo — Testifica de la apostasía de Israel — Ve a Jesús a la diestra de Dios — Rechazan el testimonio de Esteban y le apedrean hasta matarlo.

1 El sumo sacerdote dijo entonces: ¿Es esto así?

2 Y él dijo: Varones hermanos y padres, oíd: El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán,

3 y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré.

4 Entonces salió de la tierra de los caldeos y habitó en Harán; y de allí, muerto su padre, Dios le trajo a esta tierra, en la cual vosotros habitáis ahora.

5 Y no le dio herencia en ella, ni aun para asentar un pie, pero le prometió que se la daría en posesión a él y a su descendencia después de él, aunque no tenía hijo todavía.

6 Y le habló Dios así: Que su descendencia sería extranjera en tierra ajena, y que los reducirían a servidumbre y los maltratarían durante cuatrocientos años.

7 Pero yo juzgaré, dijo Dios, a la nación de la cual serán siervos; y después de esto saldrán y me servirán en este lugar.

8 Y le dio el convenio de la circuncisión; y así Abraham engendró a Isaac y lo circuncidó al octavo día; e Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas.

9 Y los patriarcas, movidos por envidia, vendieron a José para Egipto; pero Dios estaba con él,

10 y le libró de todas sus tribulaciones, y le dio gracia y sabiduría delante de Faraón, rey de Egipto, que le puso como gobernador sobre Egipto y sobre toda su casa.

11 Vino entonces hambre en toda la tierra de Egipto y de Canaán, y gran tribulación; y nuestros padres no hallaban alimentos.

12 Y cuando oyó Jacob que había trigo en Egipto, envió a nuestros padres la primera vez.

13 Y en la segunda, José se dio a conocer a sus hermanos, y fue manifestado a Faraón el linaje de José.

14 Y enviando José, hizo venir a su padre Jacob y a toda su parentela, en número de setenta y cinco personas.

15 Así descendió Jacob a Egipto, donde murieron él y nuestros padres,

16 quienes fueron trasladados a Siquem y puestos en el sepulcro que Abraham había comprado a precio de dinero a los hijos de Hamor en Siquem.

17 Pero como se acercaba el tiempo de la promesa, la cual Dios había jurado a Abraham, el pueblo creció y se multiplicó en Egipto,

18 hasta que se levantó en Egipto otro rey que no conocía a José.

19 Este rey, usando de astucia con nuestro pueblo, maltrató a nuestros padres, a fin de que expusiesen a peligro de muerte a sus niños para que no viviesen.

20 En aquel mismo tiempo nació Moisés, y fue agradable a Dios; y fue criado tres meses en casa de su padre.

21 Y habiendo sido abandonado, la hija de Faraón lo recogió y lo crió como a hijo suyo.

22 Y fue instruido Moisés en toda la sabiduría de los egipcios, y era poderoso en sus palabras y hechos.

23 Y cuando hubo cumplido la edad de cuarenta años, le vino al corazón el deseo de visitar a sus hermanos, los hijos de Israel.

24 Y cuando vio a uno que era maltratado, lo defendió, e hiriendo al egipcio, vengó al injuriado.

25 Él pensaba que sus hermanos entendían que Dios les había de dar libertad por su mano, pero ellos no lo habían entendido así.

26 Y al día siguiente, riñendo unos de ellos, se les presentó e intentó ponerlos en paz, diciendo: Varones, hermanos sois, ¿por qué os maltratáis el uno al otro?

27 Entonces el que maltrataba a su prójimo le empujó, diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernante y juez sobre nosotros?

28 ¿Quieres tú matarme como mataste ayer al egipcio?

29 Al oír estas palabras, Moisés huyó y vivió como extranjero en la tierra de Madián, donde engendró dos hijos.

30 Y pasados cuarenta años, un ángel se le apareció en el desierto del monte Sinaí, en la llama de una zarza que ardía.

31 Entonces Moisés, mirando, se maravilló de la visión; y al acercarse para mirar, vino a él la voz del Señor:

32 Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Mas Moisés, temblando, no osaba mirar.

33 Y le dijo el Señor: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa.

34 Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído el gemido de ellos y he descendido para librarlos. Ahora, pues, ven, te enviaré a Egipto.

35 A este Moisés, a quien habían rechazado, diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernante y juez?, a éste envió Dios como gobernante y libertador por mano del ángel que se le apareció en la zarza.

36 Éste los sacó, habiendo hecho prodigios y milagros en la tierra de Egipto, y en el Mar Rojo, y en el desierto durante cuarenta años.

37 Éste es el Moisés que dijo a los hijos de Israel: Profeta como yo os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos; a él oiréis.

38 Éste es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de vida para darnos;

39 a quien nuestros padres no quisieron obedecer, sino que le desecharon y volvieron su corazón a Egipto,

40 diciendo a Aarón: Haznos dioses que vayan delante de nosotros, porque a este Moisés que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le habrá acontecido.

41 Y entonces hicieron un becerro, y ofrecieron sacrificio al ídolo y se regocijaron en las obras de sus manos.

42 Y Dios se apartó de ellos y los entregó para que sirviesen al ejército del cielo; como está escrito en el libro de los profetas:

¿Acaso me ofrecisteis víctimas y sacrificios
en el desierto durante cuarenta años, oh casa de Israel?

43

Antes bien, llevasteis el tabernáculo de Moloc
y la estrella de vuestro dios Renfán,
figuras que os hicisteis para adorarlas.
Os haré llevar, pues, más allá de Babilonia.

44 Tuvieron nuestros padres el tabernáculo del testimonio en el desierto, como había ordenado Dios cuando dijo a Moisés que lo hiciese según el modelo que había visto.

45 El cual, habiéndolo recibido, introdujeron también nuestros padres con Josué al tomar posesión de la tierra de los gentiles, a quienes Dios expulsó de la presencia de nuestros padres hasta los días de David,

46 quien halló gracia delante de Dios y pidió hallar tabernáculo para el Dios de Jacob.

47 Pero Salomón le edificó casa.

48 Si bien el Altísimo no habita en templos hechos por mano, como dice el profeta:

49

El cielo es mi trono,
y la tierra es el estrado de mis pies.
¿Qué casa me edificaréis?, dice el Señor;
¿o cuál es el lugar de mi reposo?

50

¿No hizo mi mano todas estas cosas?

51 ¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros.

52 ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien ahora vosotros habéis sido entregadores y asesinos;

53 vosotros que recibisteis la ley por disposición de ángeles y no la guardasteis.

54 Y oyendo estas cosas, se enfurecían sus corazones y crujían los dientes contra él.

55 Pero Esteban, estando lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios,

56 y dijo: ¡He aquí, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios!

57 Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos y arremetieron a una contra él;

58 y echándolo fuera de la ciudad, le apedrearon. Y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo.

59 Y mientras apedreaban a Esteban, él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu.

60 Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tengas en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió.

Capítulo 8

Saulo persigue a la Iglesia — Se describe el ministerio de Felipe en Samaria — Efectúa milagros y bautiza a hombres y a mujeres — Pedro y Juan viajan a Samaria y confieren el don del Espíritu Santo por la imposición de manos — Simón busca comprar ese don y Pedro lo reprende — Felipe predica a Cristo y bautiza a un eunuco etíope.

1 Y Saulo consentía en su muerte. Y en aquel día hubo una grande persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles.

2 Y unos varones piadosos llevaron a enterrar a Esteban e hicieron gran llanto sobre él.

3 Entonces Saulo asolaba la iglesia; entrando en cada casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel.

4 Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando la palabra.

5 Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo.

6 Y las gentes, unánimes, escuchaban atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo los milagros que hacía.

7 Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados,

8 así que había gran gozo en aquella ciudad.

9 Y había un hombre llamado Simón, que antes había ejercido la hechicería en aquella ciudad y que había engañado a la gente de Samaria, diciéndose ser algún grande.

10 A éste oían todos atentamente desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: Éste es el gran poder de Dios.

11 Y le estaban atentos, porque con sus hechizos los había engañado desde hacía mucho tiempo.

12 Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.

13 Y aun Simón mismo creyó, y después de bautizarse, seguía a Felipe; y al ver los milagros y las grandes maravillas que se hacían, estaba atónito.

14 Y cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan,

15 quienes, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo

16 (porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús).

17 Entonces les impusieron las manos, y recibieron el Espíritu Santo.

18 Y cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero,

19 diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo imponga las manos reciba el Espíritu Santo.

20 Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero.

21 No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios.

22 Arrepiéntete, pues, de ésta tu maldad y ruega a Dios, y quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón;

23 porque en hiel de amargura y en cadenas de iniquidad veo que estás.

24 Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, para que ninguna cosa de éstas que habéis dicho venga sobre mí.

25 Y ellos, habiendo testificado y hablado la palabra de Dios, volvieron a Jerusalén, y en muchas aldeas de los samaritanos anunciaron el evangelio.

26 Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto.

27 Entonces él se levantó y fue; y he aquí que un etíope, eunuco, alto oficial de Candace, reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros y había venido a Jerusalén para adorar,

28 volvía sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías.

29 Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro.

30 Y acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías y dijo: Pero, ¿entiendes lo que lees?

31 Y él dijo: ¿Y cómo podré si alguno no me enseña? Y rogó a Felipe que subiese y se sentase con él.

32 Y el pasaje de la Escritura que leía era éste:

Como oveja a la muerte fue llevado;
y como cordero mudo delante del que lo trasquila,
así no abrió su boca.

33

En su humillación no se le hizo justicia;
mas su generación, ¿quién la contará?
Porque su vida fue quitada de la tierra.

34 Y respondiendo el eunuco a Felipe, dijo: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto? ¿De sí mismo o de algún otro?

35 Entonces Felipe, abriendo su boca y comenzando desde esta Escritura, le anunció el evangelio de Jesús.

36 Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua; y dijo el eunuco: He aquí agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?

37 Y Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.

38 Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó.

39 Y cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino.

40 Pero Felipe se encontró en Azoto; y pasando, anunciaba el evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea.