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martes, 14 de mayo de 2013

Lectura con Audio de La Santa Biblia Reina Valera 2009 SUD: Día 321: Hebreos 1-6


Capítulo 1
El Hijo es la imagen misma de la persona del Padre — Cristo es el Hijo Unigénito y, por tanto, es superior a los ángeles.

1 Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por medio de los profetas,

2 en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien, asimismo, hizo el universo,

3 quien, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,

4 hecho tanto superior a los ángeles cuanto alcanzó por herencia más excelente nombre que ellos.

5 Porque, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás:

Mi hijo eres tú,
yo te he engendrado hoy,
y otra vez:
Yo seré para él Padre,
y él será para mí hijo?

6 Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios.

7 Y ciertamente, de los ángeles dice:

El que hace a sus ángeles espíritus,
y a sus ministros llama de fuego.

8 Pero del hijo dice:

Tu trono, oh Dios, es por los siglos de los siglos;
cetro de equidad es el cetro de tu reino;

9

has amado la justicia y aborrecido la maldad,
por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo,
con óleo de alegría más que a tus compañeros.

10 Y:

Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra,
y los cielos son obra de tus manos.

11

Ellos perecerán, mas tú permaneces;
y todos ellos se envejecerán como una vestidura;

12

y como un vestido los envolverás, y serán mudados;
pero tú eres el mismo,
y tus años no acabarán.

13 Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo jamás:

Siéntate a mi diestra,
hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?

14 ¿No son todos espíritus ministrantes, enviados para servir a favor de los que serán herederos de la salvación?

Capítulo 2

Jesús vino a padecer la muerte y a salvar a los hombres — Él vino para expiar los pecados del pueblo.

1 Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos desviemos.

2 Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución,

3 ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo comenzado a ser publicada por el Señor, nos ha sido confirmada por los que oyeron,

4 testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios, y diversos milagros y dones del Espíritu Santo según su voluntad.

5 Porque Dios no sometió al dominio de los ángeles el mundo venidero, del cual hablamos.

6 Pero alguien testificó en cierto lugar, diciendo:

¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?
¿O el hijo del hombre, para que le visites?

7

Tú le hiciste un poco menor que los ángeles;
le coronaste de gloria y de honra,
y le pusiste sobre las obras de tus manos;

8

todas las cosas sujetaste bajo sus pies.
Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas.

9 Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra por el padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos.

10 Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar a la gloria a muchos hijos, perfeccionara por aflicciones al autor de la salvación de ellos.

11 Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos,

12 diciendo:

Anunciaré a mis hermanos tu nombre,
en medio de la congregación te alabaré.

13 Y otra vez:

Yo confiaré en él.
Y de nuevo:
He aquí, yo y los hijos que me dio Dios.

14 Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir, mediante la muerte, al que tenía el imperio de la muerte, a saber, al diablo,

15 y librar a todos los que por temor a la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.

16 Porque ciertamente no auxilió a los ángeles, sino que auxilió a la descendencia de Abraham.

17 Por lo cual, debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que atañe a Dios, para expiar los pecados del pueblo.

18 Pues por cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.

Capítulo 3

Cristo es el Apóstol y Sumo Sacerdote de lo que profesamos — Jesús, por ser el Hijo, es más que un siervo — Ahora es el tiempo y el día de nuestra salvación.

1 Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús,

2 quien es fiel al que le constituyó, como también lo fue Moisés en toda la casa de él.

3 Porque de tanta mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, así como el que edificó la casa tiene mayor honra que la casa misma.

4 Porque toda casa es edificada por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios.

5 Y Moisés en verdad fue fiel sobre toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se había de decir;

6 pero Cristo, como hijo fue fiel sobre la casa de Dios, cuya casa somos nosotros, si es que hasta el fin retenemos firme la confianza y la gloria de la esperanza.

7 Por lo cual, como dice el Espíritu Santo:

Si oyereis hoy su voz,

8

no endurezcáis vuestros corazones
como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto,

9

donde me tentaron vuestros padres; me pusieron a prueba,
y vieron mis obras cuarenta años.

10

A causa de lo cual me enojé con esa generación,
y dije: Siempre divagan ellos en su corazón,
y no han conocido mis caminos.

11

Juré, pues, en mi ira:
No entrarán en mi reposo.

12 Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo.

13 Antes bien, exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que dure lo que se llama hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado.

14 Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que conservemos firme hasta el fin el comienzo de nuestra confianza,

15 entre tanto que se dice:

Si oyereis hoy su voz,
no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación.

16 Porque algunos de los que habían salido de Egipto con Moisés, habiendo oído, le provocaron, aunque no todos.

17 ¿Y con quiénes estuvo enojado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto?

18 ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que no obedecieron?

19 Y vemos que no pudieron entrar a causa de su incredulidad.

Capítulo 4

Se ofreció el Evangelio al antiguo Israel — Los santos entran en el reposo del Señor — Aunque tentado en todo aspecto, Jesús no tuvo pecado.

1 Temamos, pues, no sea que estando vigente aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado.

2 Porque también a nosotros se nos ha predicado el evangelio como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra a los que la oyeron por no acompañarla con la fe.

3 Porque entramos en el reposo los que hemos creído, de la manera que dijo:

Como juré en mi ira,
no entrarán en mi reposo, aunque acabadas estaban sus obras desde la fundación del mundo.

4 Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y reposó Dios de todas sus obras en el séptimo día.

5 Y otra vez aquí dice:

No entrarán en mi reposo.

6 Por lo tanto, puesto que falta que algunos entren en él, y aquellos a quienes primero se les anunció el evangelio no entraron por causa de la desobediencia,

7 otra vez determina un día, hoy, diciendo por medio de David después de tanto tiempo, como está dicho:

Si oyereis su voz hoy,
no endurezcáis vuestros corazones.

8 Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día.

9 Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios.

10 Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas.

11 Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia.

12 Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, y las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.

13 Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien, todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.

14 Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote, que ha entrado en los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos la fe que profesamos.

15 Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.

16 Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro.

Capítulo 5

Para poseer el sacerdocio, los hombres deben ser llamados por Dios como lo fue Aarón — Cristo fue sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec — Jesucristo es el autor de la salvación eterna.

1 Porque todo sumo sacerdote, tomado de entre los hombres, es constituido a favor de los hombres en lo que atañe a Dios, para presentar ofrendas y sacrificios por los pecados,

2 y puede compadecerse de los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de flaquezas;

3 y por causa de ellas debe, tanto por sí mismo como también por el pueblo, presentar ofrendas por los pecados.

4 Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón.

5 Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo:

Tú eres mi Hijo,
yo te he engendrado hoy.

6 Como también dice en otro lugar:

Tú eres sacerdote para siempre,
según el orden de Melquisedec.

7 El que en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.

8 Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;

9 y habiendo sido perfeccionado, vino a ser el autor de eterna salvación para todos los que le obedecen;

10 nombrado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.

11 De quien tenemos mucho que decir, y es difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho lentos para oír.

12 Porque debiendo ser ya maestros después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros principios de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido.

13 Porque todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de la justicia, porque es niño;

14 pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por la costumbre tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.

Capítulo 6

Sigamos adelante a la perfección — Los hijos de perdición crucifican a Cristo de nuevo — Dios confirma con juramento que los fieles serán salvos.

1 Por tanto, dejando el comienzo de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección, no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, y de la fe en Dios,

2 de la doctrina de bautismos, y de la imposición de manos, y de la resurrección de los muertos y del juicio eterno.

3 Y esto haremos, si Dios en verdad lo permite.

4 Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo,

5 y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios, y de los poderes del mundo venidero,

6 y cayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, puesto que crucifican de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y le exponen a vituperio.

7 Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios;

8 pero la que produce espinos y abrojos es reprobada, y está próxima a ser maldecida; y su fin es el ser quemada.

9 Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así.

10 Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo ministrado y ministrando aún a los santos.

11 Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma diligencia hasta el fin, para el pleno cumplimiento de la esperanza,

12 a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.

13 Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo,

14 diciendo: De cierto, te bendeciré grandemente y te multiplicaré en gran manera.

15 Y habiendo esperado con gran paciencia, alcanzó la promesa.

16 Porque los hombres ciertamente por uno mayor que ellos juran; y el fin de todas sus controversias es el juramento para confirmación.

17 Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, la confirmó con un juramento,

18 para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo, los que buscamos refugio para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros;

19 la cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo;

20 donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.