Seguidores

martes, 19 de marzo de 2013

Lectura con Audio de La Santa Biblia Reina Valera 2009 SUD: Día 300: Hechos 25-28


Capítulo 25
Pablo apela a César ante Festo — Agripa desea oír a Pablo.

1 Festo, pues, tres días después de haber llegado a la provincia, subió de Cesarea a Jerusalén.

2 Y los principales sacerdotes y los principales de los judíos se presentaron ante él contra Pablo; y le rogaron,

3 pidiendo contra él, como gracia, que le hiciese traer a Jerusalén, preparando ellos una celada para matarle en el camino.

4 Pero Festo respondió que Pablo estaba custodiado en Cesarea, adonde él mismo partiría en breve.

5 Los que de vosotros puedan, dijo, desciendan conmigo, y si hay algún delito en este varón, acúsenle.

6 Y deteniéndose entre ellos no más de ocho o diez días, venido a Cesarea, al siguiente día se sentó en el tribunal y mandó que Pablo fuese traído.

7 Al llegar éste, le rodearon los judíos que habían venido de Jerusalén, presentando contra Pablo muchas y graves acusaciones, las cuales no podían probar;

8 Pablo se defendía, diciendo: Ni contra la ley de los judíos, ni contra el templo ni contra César he pecado en nada.

9 Pero Festo, queriendo congraciarse con los judíos, respondiendo a Pablo, dijo: ¿Quieres subir a Jerusalén y allá ser juzgado acerca de estas cosas delante de mí?

10 Y Pablo dijo: Ante el tribunal de César estoy, donde debo ser juzgado. A los judíos no les he hecho injuria alguna, como tú sabes muy bien.

11 Porque si alguna injuria o cosa alguna digna de muerte he hecho, no rehúso morir; pero si nada hay de las cosas de que éstos me acusan, nadie puede entregarme a ellos. A César apelo.

12 Entonces Festo, habiendo hablado con el consejo, respondió: A César has apelado; a César irás.

13 Y pasados algunos días, el rey Agripa y Berenice vinieron a Cesarea para saludar a Festo.

14 Y como estuvieron allí muchos días, Festo expuso al rey la causa de Pablo, diciendo: Un hombre ha sido dejado preso por Félix,

15 sobre el cual, cuando fui a Jerusalén, vinieron a mí los principales sacerdotes y los ancianos de los judíos, pidiendo condenación contra él.

16 A éstos respondí: No es costumbre de los romanos entregar alguno a la muerte antes que el acusado tenga delante a sus acusadores, y pueda defenderse de la acusación.

17 Así que, habiendo venido ellos juntos acá, sin ninguna dilación, al día siguiente, sentado en el tribunal, mandé traer al hombre;

18 y estando presentes los acusadores, ningún cargo expusieron de los que yo sospechaba,

19 sino que tenían contra él ciertas cuestiones acerca de su religión y de un cierto Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirmaba que estaba vivo.

20 Y yo, dudando en cuestión semejante, le pregunté si quería ir a Jerusalén y allá ser juzgado acerca de estas cosas.

21 Pero como Pablo apeló para ser custodiado a fin de ser juzgado por Augusto, mandé que le custodiase hasta que yo lo enviara a César.

22 Entonces Agripa dijo a Festo: Yo también quisiera oír a ese hombre. Y él le dijo: Mañana le oirás.

23 Y al otro día, viniendo Agripa y Berenice con gran pompa, y entrando en la audiencia con los tribunos y principales hombres de la ciudad, por mandato de Festo, fue traído Pablo.

24 Entonces Festo dijo: Rey Agripa, y todos los varones que estáis aquí juntos con nosotros, aquí tenéis a éste, por el que toda la multitud de los judíos me ha rogado en Jerusalén y aquí, dando voces que no debe vivir más;

25 pero yo, hallando que ninguna cosa digna de muerte ha hecho, y como él mismo apeló a Augusto, he determinado enviarle.

26 Puesto que no tengo cosa cierta que escribir a mi señor, le he traído ante vosotros, y mayormente ante ti, oh rey Agripa, para que después de interrogarle, tenga yo qué escribir.

27 Porque me parece fuera de razón enviar un preso, y no informar de los cargos que haya en su contra.

Capítulo 26

Pablo relata la manera como perseguía anteriormente a los santos cuando él era fariseo — Testifica de la aparición de Jesús en el camino a Damasco — Testifica ante el rey Agripa.

1 Entonces Agripa dijo a Pablo: Se te permite hablar por ti mismo. Pablo entonces, extendiendo la mano, comenzó así su defensa, diciendo:

2 Acerca de todas las cosas de que soy acusado por los judíos, oh rey Agripa, me tengo por dichoso de que haya de defenderme hoy delante de ti;

3 mayormente porque tú conoces todas las costumbres y cuestiones que hay entre los judíos; por lo cual, te ruego que me oigas con paciencia.

4 Mi vida, pues, desde mi juventud, la cual desde el principio pasé en mi nación, en Jerusalén, la conocen todos los judíos,

5 quienes también saben que yo desde el principio, si quieren testificarlo, conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión, viví como fariseo.

6 Y ahora, por la esperanza de la promesa que hizo Dios a nuestros padres, soy llamado a juicio;

7 ésta es la promesa que esperan alcanzar nuestras doce tribus, sirviendo fervientemente a Dios de día y de noche. Por esta esperanza, oh rey Agripa, soy acusado por los judíos.

8 ¡Qué! ¿Se juzga entre vosotros cosa increíble que Dios resucite a los muertos?

9 Yo ciertamente había creído que era mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret,

10 lo cual también hice en Jerusalén; y yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido autoridad de los principales sacerdotes; y cuando los mataban, yo daba mi voto.

11 Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras.

12 Ocupado en esto, iba yo a Damasco con la autoridad y la comisión de los principales sacerdotes,

13 cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepujaba al resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo.

14 Y habiendo caído todos nosotros a tierra, oí una voz que me hablaba y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón.

15 Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues.

16 Pero levántate y ponte sobre tus pies; porque para esto me he aparecido a ti, para ponerte como ministro y testigo de las cosas que has visto y de aquellas en que me apareceré a ti,

17 librándote del pueblo y de los gentiles, a quienes ahora te envío,

18 para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe en mí, remisión de pecados y herencia entre los santificados.

19 Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial;

20 antes bien, anuncié primeramente a los que están en Damasco y en Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.

21 Por causa de esto los judíos, prendiéndome en el templo, intentaron matarme.

22 Pero habiendo recibido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder:

23 que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles.

24 Y diciendo él estas cosas en su defensa, Festo a gran voz dijo: ¡Estás loco, Pablo! ¡Las muchas letras te vuelven loco!

25 Pero él dijo: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura.

26 El rey, delante de quien también hablo confiadamente, sabe estas cosas, pues no pienso que ignora nada de esto, porque no se ha hecho esto en algún rincón.

27 ¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? ¡Yo sé que crees!

28 Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a hacerme cristiano.

29 Y Pablo dijo: ¡Quiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos como yo soy, excepto estas cadenas!

30 Y cuando hubo dicho estas cosas, se levantaron el rey, y el gobernador, y Berenice y los que se habían sentado con ellos;

31 y cuando se retiraron aparte, se hablaban los unos a los otros, diciendo: Ninguna cosa digna ni de muerte ni de prisión ha hecho este hombre.

32 Y Agripa dijo a Festo: Este hombre podría ser puesto en libertad si no hubiera apelado a César.

Capítulo 27

Pablo, en un viaje peligroso, se dirige a Roma — Un ángel lo consuela — Emplea el don de vidente — Su barco naufraga.

1 Cuando se decidió que habíamos de navegar para Italia, entregaron a Pablo y a algunos otros presos a un centurión llamado Julio, de la compañía Augusta.

2 Y, embarcándonos en una nave adramitena, zarpamos, estando con nosotros Aristarco, macedonio de Tesalónica, para navegar por las costas de Asia.

3 Al otro día llegamos a Sidón; y Julio, tratando humanamente a Pablo, le permitió que fuese a los amigos para ser atendido por ellos.

4 Y haciéndonos a la vela desde allí, navegamos al abrigo de Chipre, porque los vientos eran contrarios.

5 Y habiendo atravesado el mar frente a Cilicia y Panfilia, arribamos a Mira, ciudad de Licia.

6 Y hallando allí el centurión una nave alejandrina que zarpaba para Italia, nos embarcó en ella.

7 Navegando despacio muchos días, y habiendo llegado a duras penas frente a Gnido, porque el viento nos lo impedía, navegamos al abrigo de Creta, frente a Salmón.

8 Y costeándola con dificultad, llegamos a un lugar que llaman Buenos Puertos, cerca del cual estaba la ciudad de Lasea.

9 Y habiendo pasado mucho tiempo, y siendo ya peligrosa la navegación, porque ya había pasado el ayuno, Pablo los amonestaba,

10 diciéndoles: Varones, veo que la navegación va a ser con peligro y mucha pérdida, no sólo del cargamento y de la nave, sino también de nuestras personas.

11 Pero el centurión creía más al piloto y al capitán de la nave que a lo que Pablo decía.

12 Y como el puerto no era cómodo para invernar, la mayoría acordó zarpar también de allí, por si pudiesen arribar a Fenice, que es un puerto de Creta que mira al noroeste y suroeste, e invernar allí.

13 Y soplando suavemente el viento del sur, pareciéndoles que ya tenían lo que deseaban, levaron anclas e iban cerca de la costa de Creta.

14 Pero no mucho después dio contra la nave un viento huracanado que se llama Euroclidón.

15 Y siendo arrebatada la nave, y no pudiendo hacerle frente al viento, nos dejamos llevar a la deriva.

16 Y habiendo navegado al abrigo de una pequeña isla que se llama Clauda, apenas pudimos sujetar el esquife;

17 y una vez subido éste a bordo, usaban refuerzos para ceñir la nave; y teniendo temor de que diesen en las arenas de Sirte, arriaron las velas y quedaron a la deriva.

18 Pero siendo azotados por una furiosa tempestad, al siguiente día comenzaron a aligerar la nave.

19 Y al tercer día, con sus propias manos, arrojaron los aparejos de la nave.

20 Y no apareciendo ni sol ni estrellas por muchos días, y acosados por una tempestad no pequeña, ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos.

21 Entonces Pablo, ya que hacía mucho que no comíamos, puesto en pie en medio de ellos, dijo: Habría sido en verdad conveniente, oh varones, haberme oído y no zarpar de Creta, para así evitar este peligro y pérdida.

22 Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no se perderá la vida de ninguno de vosotros, sino solamente la nave.

23 Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo,

24 diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo.

25 Por tanto, oh varones, tened buen ánimo, porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho.

26 Sin embargo, es menester que demos en alguna isla.

27 Y al llegar la decimacuarta noche, y siendo llevados a través del mar Adriático, a la medianoche los marineros sospecharon que estaban cerca de alguna tierra.

28 Y echando la sonda, hallaron veinte brazas; y pasando un poco más adelante, volvieron a echar la sonda y hallaron quince brazas.

29 Y temiendo dar en escollos, echaron cuatro anclas por la popa, y deseaban que se hiciese de día.

30 Entonces los marineros procuraron huir de la nave; y echando el esquife al mar, aparentaban como que querían echar las anclas de proa.

31 Pero Pablo dijo al centurión y a los soldados: Si éstos no permanecen en la nave, vosotros no podréis salvaros.

32 Entonces los soldados cortaron las amarras del esquife y dejaron que se perdiese.

33 Y cuando comenzó a ser de día, Pablo exhortaba a todos a que comiesen, diciendo: Éste es el decimocuarto día que veláis y permanecéis en ayunas, sin comer nada.

34 Por tanto, os ruego que comáis por vuestra salud, porque ni aun un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros perecerá.

35 Y habiendo dicho esto, tomó el pan y dio gracias a Dios en presencia de todos; y partiéndolo, comenzó a comer.

36 Entonces todos, teniendo ya mejor ánimo, comieron también.

37 Y éramos todas las personas en la nave doscientas setenta y seis.

38 Y ya satisfechos, aligeraron la nave, echando el trigo al mar.

39 Y cuando se hizo de día, no reconocieron la tierra, pero vieron una bahía que tenía playa, en la cual acordaron varar la nave, si podían.

40 Cortando, pues, las anclas, las dejaron en el mar, echando también las ataduras de los timones; e izaron al viento la vela de proa y se dirigieron a la playa.

41 Pero dando en un lugar de dos aguas, hicieron encallar la nave; y la proa, hincada, quedó inmóvil, y la popa se abría con la fuerza del mar.

42 Entonces los soldados acordaron matar a los presos, para que ninguno se fugase nadando.

43 Pero el centurión, queriendo salvar a Pablo, les impidió ese intento, y mandó que los que supiesen nadar se echasen primero y saliesen a tierra;

44 y los demás, parte en tablas, parte en cosas de la nave. Y así aconteció que todos se salvaron saliendo a tierra.

Capítulo 28

Pablo resulta ileso de la mordedura de una víbora — Sana a los enfermos en Malta — Predica en Roma, primero a los judíos y después a los gentiles.

1 Estando ya a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta.

2 Y los nativos nos trataron con no poca humanidad, porque, encendiendo un fuego, nos recibieron a todos, a causa de la lluvia que caía y del frío.

3 Entonces Pablo, habiendo recogido algunas ramas, las echó al fuego; y una víbora, huyendo del calor, se le prendió en la mano.

4 Y cuando los nativos vieron la víbora colgando de su mano, se decían los unos a los otros: Ciertamente este hombre es homicida, a quien, aunque haya escapado del mar, la justicia no deja vivir.

5 Pero él, sacudiendo la víbora en el fuego, ningún daño padeció.

6 Ellos estaban esperando que él se hinchase, o que cayese muerto de repente; pero habiendo esperado mucho, y viendo que ningún mal le venía, cambiaron de parecer y dijeron que era un dios.

7 En aquellos lugares había propiedades del hombre principal de la isla, llamado Publio, quien nos recibió y hospedó amistosamente tres días.

8 Y aconteció que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebre y de disentería. Pablo entró a verle y, después de haber orado, le impuso las manos y le sanó.

9 Y hecho esto, también los otros que en la isla tenían enfermedades llegaban y eran sanados,

10 quienes también nos honraron con muchas atenciones; y cuando zarpamos, nos proveyeron de las cosas necesarias.

11 Pasados tres meses, zarpamos en una nave alejandrina que había invernado en la isla, la cual tenía por enseña a Cástor y Pólux.

12 Y habiendo llegado a Siracusa, estuvimos allí tres días.

13 De allí, costeando alrededor, llegamos a Regio; y un día después, soplando el viento del sur, llegamos al segundo día a Puteoli,

14 donde, habiendo hallado hermanos, nos rogaron que nos quedásemos con ellos siete días. Y luego llegamos a Roma,

15 en donde, oyendo de nosotros los hermanos, salieron a recibirnos hasta la plaza de Apio y Las Tres Tabernas. Y al verlos, Pablo dio gracias a Dios y cobró aliento.

16 Cuando llegamos a Roma, el centurión entregó los presos al prefecto militar; pero a Pablo se le permitió vivir aparte, con un soldado que le custodiase.

17 Y aconteció que tres días después, Pablo convocó a los principales de los judíos, a los que, una vez que estuvieron reunidos, les dijo: Yo, varones hermanos, no habiendo hecho nada contra el pueblo ni contra las costumbres de nuestros padres, he sido entregado preso desde Jerusalén en manos de los romanos.

18 Ellos, habiéndome examinado, me querían soltar, por no haber en mí ninguna causa de muerte.

19 Pero oponiéndose los judíos, me vi obligado a apelar a César, mas no porque tenga de qué acusar a mi nación.

20 Así que por esta causa os he llamado para veros y hablaros, porque por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena.

21 Entonces ellos le dijeron: Nosotros no hemos recibido cartas de Judea tocante a ti, ni ha venido ninguno de los hermanos que haya denunciado o hablado algún mal de ti.

22 Pero querríamos oír de ti lo que piensas, porque de esta secta nos es notorio que en todas partes se habla contra ella.

23 Y habiéndole señalado un día, vinieron a él muchos a la posada, a los que les declaraba y testificaba el reino de Dios, persuadiéndolos acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas, desde la mañana hasta la tarde.

24 Y algunos aceptaron lo que se decía, pero otros no creían.

25 Y como no estuvieron de acuerdo entre sí, al irse, Pablo les dijo esta palabra: Bien habló el Espíritu Santo mediante el profeta Isaías a nuestros padres,

26 diciendo:

Ve a este pueblo, y diles:
De oído oiréis, y no entenderéis;
y viendo veréis, y no percibiréis;

27

porque el corazón de este pueblo se ha engrosado,
y con los oídos oye pesadamente,
y han cerrado sus ojos;
no sea que vean con los ojos,
y oigan con los oídos,
y entiendan de corazón,
y se conviertan,
y yo los sane.

28 Sabed, pues, que a los gentiles es enviada esta salvación de Dios, y ellos oirán.

29 Y habiendo dicho esto, los judíos se fueron, teniendo entre sí gran discusión.

30 Y Pablo se quedó dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían,

31 predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo con toda libertad y sin impedimento.