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lunes, 5 de noviembre de 2012

Lectura con Audio de La Santa Biblia Reina Valera 2009 SUD: Día 236: Lamentaciones 1-5


Capítulo 1
Jeremías lamenta el estado deplorable de Jerusalén — Aun Jerusalén se queja de su profundo dolor.

1

¡ Qué solitaria ha quedado la ciudad populosa!
La grande entre las naciones se ha vuelto como viuda;
la princesa entre las provincias ha sido hecha tributaria.

2

Amargamente llora en la noche, y hay lágrimas en sus mejillas;
no tiene quien la consuele entre todos sus amantes;
todos sus amigos la han traicionado; se le volvieron enemigos.

3

Judá ha ido en cautiverio con aflicción y dura servidumbre;
ella mora entre las naciones, y no halla descanso;
todos sus perseguidores la alcanzan entre estrechuras.

4

Las calzadas de Sión están de duelo, porque no hay quien venga a las fiestas solemnes;
todas sus puertas están desoladas, sus sacerdotes gimen,
sus vírgenes están afligidas, y ella tiene amargura.

5

Sus enemigos se han convertido en sus gobernantes; sus aborrecedores fueron prosperados,
porque Jehová la afligió por la multitud de sus transgresiones;
sus hijos han ido al cautiverio delante del enemigo.

6

Desapareció toda la hermosura de la hija de Sión;
sus príncipes han venido a ser como ciervos que no hallan pasto,
y anduvieron sin fuerzas delante del perseguidor.

7

Jerusalén, cuando cayó su pueblo en manos del enemigo y no hubo quien la ayudase,
se acordó, en los días de su aflicción y de sus angustias,
de todas sus cosas deseables que tuvo desde los tiempos antiguos.
La miraron los enemigos y se burlaron de su caída.

8

Gravemente ha pecado Jerusalén, por lo cual ella se ha vuelto cosa inmunda;
todos los que la honraban la han despreciado, porque vieron su desnudez;
y ella suspira y se vuelve atrás.

9

Su inmundicia está en sus faldas; no se acuerda de su final;
por tanto, ella ha caído de manera sorprendente, sin tener quien la consuele.
Mira, oh Jehová, mi aflicción, porque el enemigo se ha engrandecido.

10

Ha extendido su mano el adversario a todas sus cosas preciosas;
ciertamente ella ha visto entrar en su santuario a las naciones,
acerca de las cuales mandaste que no entrasen en tu congregación.

11

Todo su pueblo gime buscando pan;
dieron por la comida sus cosas preciosas, para mantener la vida.
¡Mira, oh Jehová, y ve que soy despreciada!

12

¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino?
Mirad y ved si hay dolor como el dolor que me ha venido,
con el que Jehová me ha angustiado en el día de su ardiente furor.

13

Desde lo alto envió fuego a mis huesos, el cual prevaleció;
ha extendido red a mis pies; me volvió atrás,
me dejó desolada, desfallecida todo el día.

14

El yugo de mis transgresiones ha sido atado por su mano;
entrelazadas han subido sobre mi cerviz; ha hecho decaer mis fuerzas.
El Señor me ha entregado en manos contra las cuales no podré levantarme.

15

El Señor ha hollado a todos mis valientes en medio de mí;
llamó contra mí una asamblea para quebrantar a mis jóvenes;
como lagar ha pisoteado el Señor a la virgen hija de Judá.

16

Por esta causa lloro; mis ojos, mis ojos destilan lágrimas,
porque se ha alejado de mí el consolador que da reposo a mi alma.
Mis hijos están desolados, porque el enemigo ha prevalecido.

17

Sión extiende sus manos; no tiene quien la consuele.
Jehová dio mandamiento acerca de Jacob, que sus enemigos lo cercasen;
Jerusalén es como mujer impura entre ellos.

18

Jehová es justo; pues yo contra su palabra me rebelé.
Oíd, ahora, pueblos todos, y ved mi dolor:
mis vírgenes y mis jóvenes han ido al cautiverio.

19

Di voces a mis amantes, mas ellos me han engañado;
mis sacerdotes y mis ancianos en la ciudad perecieron,
buscando comida para sí con que reanimar su vida.

20

Mira, oh Jehová, porque estoy atribulada; mis entrañas hierven;
mi corazón se trastorna dentro de mí, porque me rebelé en gran manera.
En la calle la espada priva de hijos; en casa es como la muerte.

21

Me han oído gemir, mas no hay consolador para mí.
Todos mis enemigos han oído de mi mal; se alegran de lo que tú hiciste.
Harás llegar el día que has anunciado, y ellos serán como yo.

22

Venga delante de ti toda su maldad,
y haz con ellos como hiciste conmigo por todas mis transgresiones;
porque muchos son mis gemidos, y mi corazón desfallece.

Capítulo 2

El sufrimiento, el dolor y la desolación prevalecen en Jerusalén.

1

¡Cómo cubrió de nubes el Señor en su furor a la hija de Sión!
Derribó del cielo a la tierra la hermosura de Israel;
y no se acordó del estrado de sus pies en el día de su ira.

2

Destruyó el Señor y no perdonó ninguna de las moradas de Jacob.
En su furor derribó las fortalezas de la hija de Judá; las ha echado por tierra.
Ha profanado al reino y a sus príncipes.

3

Cortó con el furor de su ira todo el poderío de Israel;
retiró de él su diestra de delante del enemigo.
Y se encendió contra Jacob como llama de fuego que ha devorado alrededor.

4

Tensó su arco como enemigo, afirmó su mano derecha como adversario,
y mató toda cosa hermosa a la vista.
En la tienda de la hija de Sión derramó como fuego su enojo.

5

El Señor llegó a ser como enemigo; destruyó a Israel.
Destruyó todos sus palacios; arruinó sus fortalezas
y multiplicó en la hija de Judá la tristeza y el lamento.

6

Y quitó con violencia su enramada como la de un huerto;
destruyó su lugar de asamblea.
Jehová ha hecho olvidar las fiestas solemnes y los días de reposo en Sión,
y ha desechado en el furor de su ira al rey y al sacerdote.

7

Desechó el Señor su altar; menospreció su santuario;
ha entregado en manos del enemigo los muros de sus palacios.
Hicieron resonar su voz en la casa de Jehová como en día de
fiesta solemne.

8

Jehová determinó destruir el muro de la hija de Sión;
extendió el cordel; no retrajo su mano de la destrucción.
Hizo, pues, que se lamentaran el antemuro y el muro; fueron debilitados juntamente.

9

Sus puertas se hundieron en la tierra; destruyó y
rompió sus cerrojos.
Su rey y sus príncipes están entre las naciones; ya no hay ley;
sus profetas tampoco hallaron visión de Jehová.

10

Se sientan en tierra y callan los ancianos de la hija de Sión;
han echado polvo sobre sus cabezas y se han ceñido de cilicio.
Las vírgenes de Jerusalén bajan sus cabezas a tierra.

11

Mis ojos se consumen por las lágrimas; hierven mis entrañas.
Mi hígado se derrama por tierra por la destrucción de la hija de mi pueblo,
porque desfallecen el niño y el niño de pecho en las calles de la ciudad.

12

Dicen a sus madres: ¿Dónde están el trigo y el vino?
Desfallecen como heridos en las calles de la ciudad,
derramando sus almas en el regazo de sus madres.

13

¿Qué testigo te traeré? ¿A quién te haré semejante, oh hija de Jerusalén?
¿A quién te compararé para consolarte, oh virgen hija de Sión?
Porque grande como el mar es tu quebranto. ¿Quién te sanará?

14

Tus profetas vieron para ti vanidad y necedades.
Y no expusieron tu iniquidad para evitar tu cautiverio,
sino que te predicaron vanas profecías y engaños.

15

Todos los que pasaban por el camino batieron las manos contra ti.
Se burlaron y movieron sus cabezas contra la hija de Jerusalén, diciendo:
¿Es ésta la ciudad de la cual decían que era de perfecta hermosura, el gozo de toda la tierra?

16

Todos tus enemigos abrieron contra ti su boca;
silbaron y rechinaron los dientes. Dijeron: ¡La hemos devorado!
Ciertamente éste es el día que esperábamos; lo hemos hallado; lo hemos visto.

17

Jehová ha hecho lo que tenía determinado;
ha cumplido su palabra que él había mandado desde tiempo antiguo.
Derribó y no perdonó;
e hizo que el enemigo se alegrara sobre ti
y enalteció el poder de tus adversarios.

18

El corazón de ellos clamaba al Señor:
Oh muro de la hija de Sión, corran tus lágrimas como un arroyo día y noche;
no descanses, ni cesen las niñas de tus ojos.

19

Levántate, da voces en la noche, al comenzar las vigilias;
derrama como agua tu corazón ante la presencia del Señor;
alza tus manos hacia él por la vida de tus pequeñitos,
que desfallecen de hambre en las entradas de todas las calles.

20

Mira, oh Jehová, y considera a quién has tratado así.
¿Han de comer las mujeres el fruto de sus entrañas, los pequeñitos que criaban con cariño?
¿Han de ser muertos en el santuario del Señor el sacerdote y el profeta?

21

Niños y viejos yacen por tierra en las calles;
mis vírgenes y mis jóvenes han caído a espada.
Mataste en el día de tu furor, degollaste y no perdonaste.

22

Has convocado mis temores de todas partes, como en día de fiesta solemne.
Y en el día del furor de Jehová no hubo quien escapase ni quedase vivo;
a los que crié y cuidé, mi enemigo los aniquiló.

Capítulo 3

Jeremías, hablando por Judá, lamenta la calamidad, pero confía en Jehová y ora, suplicando la liberación.

1

Yo soy el hombre que ha visto la aflicción en la vara de su enojo.

2

Él me ha guiado y me ha hecho andar en tinieblas y no en luz.

3

Ciertamente ha vuelto contra mí una y otra vez su mano todo el día.

4

Hizo envejecer mi carne y mi piel; quebrantó mis huesos.

5

Me sitió y me rodeó de amargura y de trabajo.

6

Me hizo habitar en oscuridades, como los que murieron hace ya mucho tiempo.

7

Me cercó por todos lados, y no puedo salir; ha hecho pesadas mis cadenas.

8

Aun cuando clamo y doy voces, él cierra los oídos a mi oración.

9

Cercó mis caminos con piedra labrada; torció mis senderos.

10

Fue para mí como oso que acecha, como león en escondrijos.

11

Desvió mis caminos y me despedazó; me dejó desolado.

12

Su arco tensó y me puso como blanco para la saeta.

13

Hizo entrar en mis entrañas las saetas de su aljaba.

14

Fui escarnio a todo mi pueblo, canción de ellos todo el día.

15

Me llenó de amarguras; me saturó de ajenjo.

16

Y me quebró los dientes con cascajo; me cubrió de ceniza.

17

Y mi alma se alejó de la paz; me olvidé del bien.

18

Y dije: Perecieron mis fuerzas junto con mi esperanza que venía de Jehová.

19

Acuérdate de mi aflicción y de mi angustia, del ajenjo y de la hiel.

20

Aún lo tendrá en memoria mi alma que está abatida dentro de mí.

21

Esto haré volver a mi corazón, por lo cual esperaré.

22

Por la misericordia de Jehová
no hemos sido consumidos, porque nunca terminan sus misericordias.

23

Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.

24

Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré.

25

Bueno es Jehová para los que en él esperan, para el alma que le busca.

26

Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová.

27

Bueno le es al hombre llevar el yugo en su juventud.

28

Se sentará solo y callará, porque él se lo impuso.

29

Pondrá su boca en el polvo, por si acaso hay esperanza.

30

Dará la mejilla al que le hiere; se hartará de afrentas.

31

Porque el Señor no desechará para siempre;

32

antes bien, si aflige, también se compadecerá según la multitud de sus misericordias.

33

Porque él no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres.

34

Aplastar bajo los pies a todos los encarcelados de la tierra,

35

torcer el derecho del hombre ante la presencia del Altísimo,

36

trastornar al hombre en su litigio, el Señor no lo aprueba.

37

¿Quién es aquel que diga que algo va a suceder y que eso ocurra sin
que el Señor lo haya mandado?

38

¿Acaso no sale de la boca del Altísimo lo malo y lo bueno?

39

¿Por qué se queja el hombre viviente, el hombre en el castigo de sus pecados?

40

Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos y volvámonos a Jehová.

41

Levantemos nuestros corazones y nuestras manos hacia Dios en los cielos.

42

Nosotros hemos transgredido y nos hemos rebelado, y tú no has perdonado.

43

Desplegaste la ira y nos perseguiste; mataste y no perdonaste.

44

Te cubriste de una nube para que no pasase nuestra oración.

45

Como escoria y basura nos has hecho en medio de los pueblos.

46

Todos nuestros enemigos abrieron contra nosotros su boca.

47

Terror y foso nos han sobrevenido, asolamiento y quebranto.

48

Ríos de agua derraman mis ojos por el quebranto de la hija de mi pueblo.

49

Mis ojos destilan sin cesar, porque no hay alivio,

50

hasta que Jehová mire y vea desde los cielos.

51

Mis ojos entristecen mi alma por todas las hijas de mi ciudad.

52

Mis enemigos tenazmente me dieron caza como a ave, sin haber por qué.

53

Ataron mi vida en la cisterna y pusieron una piedra sobre mí.

54

Aguas corrieron sobre mi cabeza, y dije: Muerto soy.

55

Invoqué tu nombre, oh Jehová, desde la profunda cisterna.

56

Oíste mi voz; no escondas tu oído a mi clamor, a mi suspiro.

57

Te acercaste el día en que te invoqué; dijiste: No temas.

58

Abogaste, Señor, por la causa de mi alma; redimiste mi vida.

59

Tú has visto, oh Jehová, mi agravio; defiende mi causa.

60

Tú has visto toda su venganza, todas sus maquinaciones contra mí.

61

Tú has oído el oprobio de ellos, oh Jehová, todas sus maquinaciones contra mí,

62

los dichos de los que contra mí se levantan y su designio contra mí todo el día.

63

Su sentarse y su levantarse mira; yo soy su canción.

64

Dales el pago, oh Jehová, según la obra de sus manos.

65

Dales dureza de corazón, tu maldición a ellos.

66

Persíguelos en tu furor y destrúyelos de debajo de tus cielos, oh Jehová.

Capítulo 4

La condición de Sión es lamentable a causa del pecado y de la iniquidad.

1

¡Cómo se ha oscurecido el oro! ¡Cómo ha cambiado el oro puro!
Las piedras del santuario están esparcidas por las encrucijadas de todas las calles.

2

Los hijos preciados de Sión, estimados más que el oro puro,
¡cómo son ahora estimados como vasijas de barro, obra de manos de alfarero!

3

Aun los chacales amamantan a sus cachorros,
pero la hija de mi pueblo es cruel como los avestruces del desierto.

4

La lengua del niño de pecho de sed se pegó a su paladar;
los chiquitos pidieron pan, y no hubo quien se lo repartiese.

5

Los que comían delicados manjares quedaron desolados en las calles;
los que se criaron entre carmesí abrazaron los estercoleros.

6

Y la iniquidad de la hija de mi pueblo es mayor que el pecado de Sodoma,
que fue destruida en un instante y sin que pusieran manos sobre ella.

7

Sus nazareos fueron más puros que la nieve, más blancos que la leche;
sus cuerpos, más sonrosados que el coral, su aspecto como el zafiro.

8

Más oscuro que el hollín es su aspecto; no se los reconoce por las calles;
su piel está pegada a sus huesos, seca como un palo.

9

Más dichosos fueron los muertos a espada que los muertos por el hambre,
porque éstos murieron poco a poco por falta de los frutos de la tierra.

10

Las manos de las mujeres piadosas cocinaron a sus propios hijos,
que les sirvieron de comida en la destrucción de la hija de mi pueblo.

11

Cumplió Jehová su enojo, derramó el ardor de su ira
y encendió en Sión fuego que consumió hasta sus cimientos.

12

Nunca los reyes de la tierra, ni todos los que habitan en el mundo,
hubieran creído que el enemigo y el adversario entrarían por las puertas de Jerusalén.

13

Por los pecados de sus profetas y por las iniquidades de sus sacerdotes,
que derramaron en medio de ella la sangre de los justos,

14

andaban como ciegos por las calles; fueron contaminados con sangre,
de modo que nadie pudiese tocar sus vestiduras.

15

¡Apartaos, impuros!, les gritaban. ¡Apartaos, apartaos! ¡No toquéis!
Cuando huyeron y fueron dispersados, dijeron entre las naciones: Nunca más morarán aquí.

16

La presencia de Jehová los ha dispersado; no los mirará más.
No respetaron la presencia de los sacerdotes ni tuvieron compasión de los ancianos.

17

Aun han desfallecido nuestros ojos esperando en vano nuestro socorro;
en nuestra esperanza hemos aguardado a una nación que no puede salvar.

18

Acechaban nuestros pasos para que no anduviésemos por nuestras calles.
Se acercó nuestro fin; se cumplieron nuestros días, porque nuestro fin había llegado.

19

Más ligeros fueron nuestros perseguidores que las águilas del cielo;
sobre los montes nos persiguieron; en el desierto nos pusieron emboscadas.

20

El aliento de nuestra nariz, el ungido de Jehová,
fue atrapado en sus fosos, aquel de quien habíamos dicho:
A su sombra tendremos vida entre las naciones.

21

Gózate y alégrate, oh hija de Edom, tú que habitas en la tierra de Uz;
aun hasta ti llegará la copa; te embriagarás y te desnudarás.

22

Se ha cumplido tu castigo, oh hija de Sión;
nunca más él te hará llevar cautiva.
Castigará tu iniquidad, oh hija de Edom;
descubrirá tus pecados.

Capítulo 5

Jeremías recita en una oración el triste estado de Sión.

1

Acuérdate, oh Jehová, de lo que nos ha sucedido;
mira y ve nuestro oprobio.

2

Nuestra heredad ha pasado a extranjeros,
nuestras casas a forasteros.

3

Huérfanos somos sin padre;
nuestras madres son como viudas.

4

Nuestra agua bebemos por dinero;
nuestra leña por precio compramos.

5

Persecución hay sobre nuestro cuello;
nos fatigamos, y no hay para nosotros reposo.

6

Al egipcio y al asirio extendimos la mano, para saciarnos de pan.

7

Nuestros padres pecaron y han muerto,
y nosotros llevamos su castigo.

8

Siervos se enseñorean de nosotros;
no hay quien nos libre de sus manos.

9

Con peligro de nuestras vidas conseguimos nuestro pan
ante la espada del desierto.

10

Nuestra piel se abrasa como un horno
a causa del ardor del hambre.

11

Violaron a las mujeres en Sión,
a las vírgenes en las ciudades de Judá.

12

A los príncipes colgaron de las manos;
no respetaron el rostro de los ancianos.

13

Llevaron a los jóvenes al molino,
y los muchachos desfallecieron bajo el peso de la leña.

14

Los ancianos no se ven más en la puerta,
los jóvenes dejaron sus canciones.

15

Cesó el gozo de nuestro corazón;
nuestra danza se convirtió en duelo.

16

Cayó la corona de nuestra cabeza;
¡ay ahora de nosotros, porque hemos pecado!

17

Por esto ha desfallecido nuestro corazón;
por esto se han entenebrecido nuestros ojos,

18

por el monte Sión, que está desolado,
los zorros andan.

19

Mas tú, oh Jehová, permanecerás para siempre;
tu trono, de generación en generación.

20

¿Por qué te olvidas para siempre de nosotros
y nos abandonas por tan largo tiempo?

21

Haznos volver a ti, oh Jehová, y nos volveremos;
renueva nuestros días como en los tiempos antiguos,

22

pero nos has desechado totalmente;
te has airado contra nosotros en gran manera.

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